(Crónica
cristiana)
Por: Aneldo Arosemena
El
miedo
Bajo el signo de la traición inminente, el
escarnio, la humillación y un suplicio sin fin, Jesús de Nazareth anticipaba
angustiado la hecatombe que se cernía sobre él.
Mientras oraba en ese lugar
llamado Monte Getsemani, un testigo y seguidor llamado Lucas documentó el momento:“lleno de agonía
oraba más intensamente y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían
hasta la tierra”.
La ciencia lo ha registrado
como una rara condición: hematohidrosis, es decir sudar sangre. El fenómeno
tiene explicación científica.
La hematohidrosis, ha sido
descrita en los anales médicos como un fenómeno consecuencia de un
intenso estrés que provoca en el organismo una descarga del sistema
nervioso vegetativo
simpático (reacción de alarma o estrés), que entre otros efectos
cardiovasculares y metabólicos, cursa con fuerte vasoconstricción cutánea y
abdominal, lo que desplaza un gran volumen de sangre.
Estos intensos casos de estrés provocan una congestión de
los pequeños vasos sanguíneos en la membrana basal de la piel alrededor de las
glándulas sudoríparas. La sangre se mezcla con el sudor y fluye como tal por la
piel.
El miedo aterrador de una joven que se ve amenazada de
violación, casos de reos condenados a muerte minutos antes de su ejecución, son
ejemplos que encontramos en publicaciones que citan los mecanismos que
desencadenan la hematohidrosis, aunque hasta el momento no se pueda hablar de
una etiología clara y de un tratamiento efectivo.
Pero para ese hombre moreno de piel tostada por el sol de
Jerusalén, la explicación sale sobrando, el sudor de sangre, cuyas grandes
gotas caían sobre la tierra era el presagio de un final agónico como el fin de su
propia oración, el suplicó hasta lo último ser relevado de su misión redentora, tal como relata Lucas, un médico y seguidor, Jesús
dijo entonces “Padre, si quieres, líbrame de este trago amargo; pero que no
se haga mi voluntad, sino la tuya.”
Veinte siglos después, de aquel ministerio de 36 meses, con un núcleo de
acero de apenas doce pescadores harapientos que lo abandonaron todo por seguirlo a él, cuya humanidad fue totalmente arrasada a los
33 años y que herido “fue por nuestras transgresiones, molido fue
por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre Él, y por sus llaga fuimos
nosotros curados”, resurge triunfanteel cristianismo con más de 1,000 millones
de seguidores.
La ira
El Muro de Los Lamentos es el único vestigio que queda hoy del
magnífico templo de Jerusalén construido por orden del Rey Salomón, templo en
cuyas escalinatas Jesús niño se le extravió a sus padres y fue encontrado luego interrogando a los
Doctores de la Ley quienes se maravillaron de su sabiduría.
En las escalinatas de la inmensa estructura de piedra, “la casa de mi padre”, como solía
decir, Jesús devolvía la vista a los ciegos, expulsaba demonios y hacia caminar
a los paralíticos, pero también acampados a su alrededor vendedores de
animales, especuladores de monedas, profanaban la casa sagrada.
En un único acto de violencia que se permitió en toda su vida
terrenal, Jesús de Nazareth tomó un
látigo de ocho cuerdas y
entrando en el templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban; volcó las mesas de los cambistas,
y los puestos de los vendedores de palomas, y no permitía que nadie trasportase
cosas por el templo. Y les enseñaba, diciéndoles: ¿no está escrito: mi casa
será llamada casa de oración para todas las gentes? ¡Pero vosotros la tenéis
hecha una cueva de bandidos!
La ira de Jesús, los gritos de Jesús a los profanadores del templo y la
acción de voltear los tenderetes y expulsar a los cambistas a fuetazo limpio con un látigo hizo realidad
la profecía del salmo de David: “El celo por tu casa me devora” y mostró
que la acción debe ir unida a la palabra.
De la predicación a los hechos y de la necesidad de tener el valor civil
para “expulsar a los mercaderes del templo”, si el hijo de Dios, hecho hombre
se permitió esta emoción tan humana, en nombre de un destino superior, ¿porque
nosotros debemos privarnos de la santa ira para combatir las injusticias, que
escarnecen al mundo?
La Tristeza
“Jesús Lloró”, así de escueto
es Juan, al documentar en su epístola la
reacción de Jesús al enterarse de la muerte de su amigo Lázaro, enfermo desde
hacia tiempo, cuyas hermanas Marta y María esperaron inútilmente a que llegara
aquel que devolvía la vista a los ciegos y hacia andar a los inválidos.
El hombre que se hacía llamar a sí mismo, Hijo de Dios, no tuvo a tiempo
para consolar a su amigo Lázaro, consumido por la enfermedad y llevado
finalmente por la muerte.
Con los fariseos siguiéndole los pasos y dispuestos a matarlo, con Judas
Iscariote urdiendo la traición que finalmente lo entregaría a sus verdugos,
Jesús no perdía tiempo en su ministerio pero este tiempo fue fatal para su
amigo Lázaro que murió esperando.
Como “Estremecido en espíritu y conmovido”, retrata Juan a Jesús, al momento en que llega a la casa de aquel hombre que
había muerto días antes, pero aquel hombre que dejo el mundo de los vivos con
la promesa de resurrección, no tendría que esperar mucho ya en medio de su la
honda tristeza que lo atravesaba, el hijo del hombre pidió visitar su tumba.
Lázaro fue devuelto a la vida, de cadáver putrefacto, con hedor a
miasmas y muerte, recuperó el
resplandor y la energía vital de todo lo vivo, al grito de Jesús “¡ven fuera!”
, el cuerpo envuelto en sudario, de pies y manos vendado, salió por sus propios
pies ante el asombro y la alegría de quienes fueron testigos de este hecho sin
parangón en la historia de la humanidad, superado solo por la propia
resurrección de Jesús, tres días después de su infame crucifixión.
El amor
¿Podría el hijo de Dios, hecho hombre, ser presa de pasiones naturales,
propias de un ser humano de carne y hueso?, aunque la historiografía oficial de
la Iglesia afirma rotundamente que su santidad es indiscutibles,
descubrimientos científicos apuntan en otra dirección y ofrecen una explicación
alternativa al breve paso de Jesús de Nazareth por las áridas tierras de
Palestina hace dos mil años.
En 1947 en las oscuras cuevas de Orum, en Irán, un grupo de pastores
descubrieron fragmentos de rollos de cobre, en lo que vendría a conocerse como
los manuscritos del Mar Muerto, en la que se describe la relación de Jesús con
una mujer: María Magdalena.
Los evangelios llamados “apócrifos”, los cuales no fueron incluidos en
la Biblia, por decisión de los primeros concilios de la iglesia, arrojan luz
sobre la relación de María Magdalena, con Jesús de Nazareth insinuando incluso
que la mujer también habría formado parte, como apóstol, del grupo de seguidores
del nazareno y que incluso hacia vida marital con él.
Más recientemente, el escritor norteamericano Dan Brown, trae el tema al
tapete, tal vez en medio de una afiebrada imaginación en su novela “El Código Da Vinci” en la que asegura
que Jesús se casó con María Magdalena, tuvieron un hijo que fue llevado a
Europa, concretamente a Francia, en la que se unió en matrimonio con una de las
ramas de la nobleza francesa, los merovingios, siendo protegidos por una organización
secreta llamada el Priorato de Sion y que incluso hasta nuestros días andan por
allí descendientes del nazareno.
Verdad o no, lo cierto es que el Jesús histórico, fue presa de emociones
naturales, ampliamente documentadas en el nuevo testamento de los evangelistas.
Miedo, ira, tristeza, amor, emociones que no le fueron ajenas al hijo de
Dios hecho hombre, pero que no le impidieron que la más grande de las emociones:
el amor, nos fuera dado por él ofreciendo su vida a cambio de la liberación del
pecado de todos nosotros, pobres mortales maldecidos por la transgresión
original de Adán y Eva.
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