¿Quién no recuerda a tía Carola en El Limón?
Por: Carmen Guevara C.
Era el primer día de la novena de Don Bosco, el santo patrono del El Limón, ya se escucha el sonar de la vieja campana que cuelga del árbol de Panamá: Son las cinco, de una tarde calurosa del mes de enero, pero tía Carola, la pintoresca dama de la comunidad, ya no la hace vibrar, con su toque característico. Los años recorridos la encaminaron al asilo Santa Isabel de la ciudad de Santiago, y por cosas del destino, la ingratitud y el olvido, retorna a su querido pueblo, pero ya sin aliento, en una caja de madera, sin poder oír el repicar del metal, que incontables veces acarició.
Los antepasados de esta pequeña comunidad relatan, que su nombre nace de un gran árbol de limón, que daba muchos frutos todo el año y la veneración a la imagen de San Juan Bosco, nace de las manos del maestro Chin Carrizo, educador y artista del poblado de Ocú, quien le dio forma a un tronco de madera, que se encontraba en el portal de una humilde vivienda de quincha de un parroquiano del lugar.
El poblado de 500 habitantes de calles angostas y polvorientas, en los años ochenta, en la temporada seca, los caminos eran malos, los pies de los transeúntes se iban al vacio en lodo y polvo, en muchas ocasiones los bueyes y las carretas quedaron atrapadas bajo un temporal de lluvia, con los cargamentos de maíz, ñame, yuca y las manotadas de arroz, recién cortadas por los agricultores. Los traían para el sustento diario de la familia y en ocasiones daba también para vender unas latas de arroz o de maíz, para poder comprar la manteca, la carne, el peje seco y no dejar por fuera la hoja de tabaco, para fumar en pipa, que se podía encontrar, en la tienda de Emilio Castillo. Estas historias las contaban nuestros abuelos, a una generación que hoy pasa de las cuatro décadas.
Los años pasan y solo quedan añorados recuerdos, había un refrán en el lugar “que el niño que no recogió cagajón, no se puede llamar limonceño” ¿por qué razón? Allí hace más de 100 años se confeccionaban los ladrillos y las tejas, para la construcción de hogares económicos y tolerables a las altas temperaturas del área de Azuero, pero uno de los materiales que lleva su elaboración a parte de la tierra y agua, es el estiércol del caballo.
La inocencia y la actitud de los niños de ese pueblo, era trabajar durante las vacaciones de fin de año, de diciembre a abril, los encontrabas en el tejal: canteando ladrillo (quitar los bordes del producto, después de varios días bajo un intenso sol) también se reunían en grupos de cinco chiquillos. El objetivo ir por horas a los potreros, en busca del estiércol del animal; cada lata del preciado tesoro, representaba para sus pequeños bolsillo cinco centavos, frente a cada casa había un cerro de esta material orgánico, era una forma de ayudar a sus padres, para comprar zapatos y uniformes nuevos, cuando iniciará el año escolar, y también se cercaba la Feria de San Sebastián en Ocú, el anhelo de muchos de ellos: montar los caballitos de los juegos mecánicos, comer un algodón de azúcar, un helado en conito o un raspao, con leche condesada y sirope rojo.
Esa feria era unas de las preferidas de tía Carola, aliñada con su pantalón pata de elefante, color verde caña, moda de unos 10 años atrás, un sweater de manga larga a rallas a juego, hacia pensar que era obsequio de alguna sobrina. A la orilla de la calle, esperaba la chiva que la transportaría junto a los niños a la feria.
La pequeña figura de la tía, una mujer con las características físicas de descendientes españoles, mostraba un par de ojos azules cansados y las arrugas de sus ochenta años acuestas, de haber pasado mucha penuria y necesidad. La vida le jugó una mala pasada, una viudez muy joven, sin riquezas, ausencia de hijos y con un desorden mental, no atendido en su momento, que le hacía ver cosas donde no existían, lo que hizo reír a más de uno por sus incoherencias y preocuparse del avance de su enfermedad.
Las ocurrencias de tía Carola, eran motivo de chiste para sus familiares y extraños, estos desajustes de su personalidad, no le quitaban los méritos de ser una persona servicial , dedicar la mayor parte de su tiempo asistir a cuantas misas y rezos se dieran en la comunidad, hasta llegar en ocasiones ha mudarse por nueve días a casa de un vecino, por la muerte de un familiar, con la sola intensión de ayudar en los oficios domésticos, buscar flores para el altar y preparar el café que se serviría durante el velorio.
Una anécdota que dejó, en cierta ocasión se dio una gran sequía, era el mes de mayo, no había señales de lluvia, se organizó entre los feligreses sacar al patrono San Juan Bosco, pidiendo la intercesión del Altísimo, toda una tarde de oración, a la salida del templo, el cielo estaba encapotado de negro, había señales de una gran tormenta y unos relámpagos iluminaron el firmamento, y fue el momento que dijo tía Carola, “ya viene la hijo de puta agua” y se escucharon las carcajadas y le dicen las compañeras: “Carola, usted no estaba rezando para que viniera el agua, para las siembras y los animales en los potreros” y ella se mantuvo en silencio.
También durante la celebración de la misa dominical, el sacerdote pedía a los asistentes que hicieran sus intensiones, no era de extrañar que “tiaca” como le decían sus sobrinos, se levantará de su asiento y solicita “ señor darle la salud a los enfermos, el pan para los pobres, la bendición para las personas que tienen empleo y los que no dale uno pronto , por los jóvenes y sus estudios” y al final de sus intenciones, causaba la risa disimulada y la extrañeza del párroco “señor te pido por los presos que se encuentran en las cárceles, si no son culpables que salgan pronto y los que son culpables, que se hundan allí, por los matrimonios y por todas esas mujeres que le quitan el marido a las otras…”
En ocasión de la primera Semana de Cuaresma, es tradición de los pueblos cercanos a la provincia de Veraguas ir en romería hacia La Atalaya, a ver al Nazareno, caminata de seis horas, que se hacía de El Limón, la señora se encaminaba al lugar de la peregrinación desde el día viernes, en su hombro llevaba una mochila pesada con naranja y otra con ropa para tres días. Lo cómico era el trayecto, las cargas eran muy pesadas, causaba la pena de los acompañantes, al final son ellos quienes terminarían llevándolas, su ilusión era, escuchar cada hora la misa y el domingo de Cuaresma, esperar en el parque del lugar, la gran celebración de la misa y escuchar la bendición del obispo.
Para ella su familia era algo especial, los días sin poder verlos era un pesar, aunque sólo recibiera de ellos desprecios y malos tratos, cada mañana religiosamente iba ver a sus hermanos Lino, Jacinto, Rito y Cayetano, los dos primeros de ellos de condiciones igual al de ella, sin recursos económicos, a diferencia de los dos últimos había acumulados algunos bienes. Rito, vivía relativamente cerca de ella, tenía terreno, ganado y una pequeña abarrotería, de vez en cuando la ayudaba con algunos víveres´: arroz, café, sal o aceite, pero la mayoría de las veces, era ella quien pagaba con sus pocos centavos, para llevarlos a casa.
Cayetano, un hermano orgulloso e engreído, gozaba de una mejor condición económica, , algunos de sus hijos eran profesionales y otros había surgido de sus trabajos propios, esto lo hacía sentir que tenía cierto estatus en el pueblo y su hermana Carola, era una persona inferior para él, nunca fue aceptada en el circulo familiar con cariño y respeto, para ellos, era solo la tía loca.
A la muerte de su hermano Cayetano, su sobrino e ahijado Toño, la recluye hasta sus últimos días en el asilo, de allí nunca más el pueblo pudo verla encendiendo las velas de la mesa del altar, escuchando su voz cuando era la última en terminar el Ave María del rosario …nuestra muerte Amén; caminar encorvada, rutina diaria de cada mañana, o tocar la campana con dos piedras, para llamar a la comunidad a los eventos religiosos… en el Panteón de El Limón, descansa el alma de quien en vida se llamó Carolina González.
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